Sexo, violencia y whisky, rubias explosivas y tipos siempre a punto de explotar. Las calificaciones morales de los asesores eran pura coartada, no tardaríamos mucho en darnos cuenta. Nada de sexo explícito, tan sólo insinuaciones, veladuras y elipsis. La rubia del club que encandilaba, casi siempre con segundas e inconfesables intenciones al honesto detective, hacía strip-tease (también aprendíamos inglés) pero la censura, especialmente férrea con la literatura infantil y juvenil, no permitía una descripción pormenorizada del show. La anatomía femenina era sugerente, las ropas podían ceñirse al busto, resaltar la pujanza de unas caderas o desvelar fugazmente unas piernas de vértigo, la palabra «muslos» estaba tácitamente prohibida como la mención a las piezas de ropa interior, nada de bragas ni de sostenes o sujetadores, solo «negligés» o «deshabillés» para que aprendiéramos algo de francés. Las descripciones de la anatomía masculina eran más detalladas, mandíbulas partidas, dientes saltados, ojos morados, narices sangrantes, hígados machacados, golpes en la nuca con el canto de la mano y «bajos vientres» tumefactos por un patadón traicionero, pechos agujereados, sesos desparramados y puñaladas en el corazón. La censura era especialmente comprensiva con la violencia física y la brutalidad ilimitada.