El afuera

Entre sacarles una piedra o dejar que se tropezaran, yo elegía siempre lo primero.

Compartir todos los días a toda hora con otros es el antídoto perfecto para el «amor» en cualquiera de sus formas. Incluso las más elevadas. La veneración, dicen, es anterior al conocimiento. Nunca se podrá venerar algo a lo que se conoce demasiado.

Si estuviera sola, lo llevaría de otra forma. Con más cinismo y menos virulencia.

El problema para quienes habitan estos barrios es que estar allí no hace que el afuera mejore o desaparezca, al contrario. La vida se convierte en una ficción insostenible, porque en algún momento hay que salir del barrio a enfrentar a la bestia y, cuando se pierde la costumbre de lidiarla, la bestia se vuelve más salvaje

llevaba varios años entregada a la crianza de mis hijos, con gran convicción y con gran agonía, según la época.

Desechar la elaboración, abandonar la sintaxis apropiada, transcribir las notas sin pensarlo demasiado, improvisar versitos –como Miss Luli–, usar el enter –como mi amigo G.–

Para un escritor, casi siempre, escribir es pensar y viceversa. No pensar en lo que nos estaba pasando (y en lo que nos iba a pasar y en lo que nos había llevado hasta allí) era lo mismo que apagarse.

Mientras la cabeza del pulpo esté

a salvo (enter)

cortaré sus tentáculos (enter)

las veces que haga falta.

Y cerraba la puerta.

Cada vez éramos más los que preferíamos salir a respirar a la noche, poco antes de la hora del arreo. Éramos un racimo de personas desperdigadas en el parque, bajo la noche, guardando la distancia. Vistos desde el cielo, debíamos de ser un dibujo punteado, sinuoso, pero ininterrumpido. El esqueleto calcinado de un gusano prehistórico.

La poesía que más disfruto es esa que se parece mucho a una pregunta sin respuesta. O, al contrario, a una certeza completamente arbitraria. Cualquiera de las dos metáforas le cabía a ese momento.