Recuerdo que cuando era pequeña y las gotas de lluvia rebotaban contra los cristales de la ventana de mi cuarto, yo, tumbada sobre la cama, deseaba que la tormenta acabara y que los colores del arcoíris se dibujaran sobre el fondo del cielo gris. Mi madre, desde la puerta, solía decirme entonces que lo bueno se hacía esperar. «Lo bueno siempre tarda en llegar, cariño», decía su voz suave.
Aquella mañana de v