Toda protesta es absurda, y el individuo que insista en su libertad de acción se convertiría en un excéntrico. No hay escape personal del aparato que ha mecanizado y estandarizado el mundo. Es un aparato racional, que combina la mayor eficiencia con la mayor conveniencia ahorrando tiempo y energía, eliminando lo sobrante, adaptando todos los medios al fin, anticipando consecuencias, prolongando la calculabilidad y la seguridad. Al manipular la máquina, el hombre aprende que la obediencia a las instrucciones es el único camino para obtener los resultados deseados. La prosperidad es idéntica a los ajustes al aparato. No hay espacio para la autonomía. La racionalidad individualista se ha desarrollado en la conformidad eficiente con el continuo ya dado de los medios y los fines.