¿Cómo sería la vida si tu máxima preocupación fuese qué te llevarás a la boca dentro de una hora?
Los Lester son capaces de malvender dos hijas y afrontar la muerte de la abuela por un saco de nabos. Aun así, no pierden las ambiciones. Tantas como para casar a un hijo de 16 años con una acomodada predicadora de 40. Aunque la ambición se reduzca a tocar el cláxon de un coche nuevo cuantas veces les plazca.
Curiosamente, a ambos les inquieta la muerte. Ada, aquejada de pelagra, sueña con un vestido decente y a la moda para el día de su funeral. Jeeter vive obsesionado con las ratas que podrían comerse su cadáver y volverlo impresentable.
La pobreza estructural los ha arrojado a un estado primario de ignorancia y egoísmo. A los Lester solo les preocupa el hambre, el sexo y la satisfacción de sus deseos más peregrinos. Pero viven en el temor reverencial de algún día caer más bajo que los negros en la escala social.
Como los lirios del campo, como las criaturas de Dios, los Lester desconocen tanto la malicia como la piedad. Sin que lo sepan, una chispa hará de deseos realidad.