Cuando llegamos a la puerta y entramos estamos solos, fuera del horario de visita. Primero nos parece un espacio silencioso, luego, de a poco, como si nos concentráramos para lograrlo, escuchamos el sonido de las plantas, algo que se parece a una conversación, o tal vez a un coro que entona una pieza musical, con jadeos y susurros, con gritos, es lo que descubrimos ahí, entre paredes de hojas inmensas y carnívoras que nos tragan, nos capturan, como si fuéramos insectos atraídos por un perfume irresistible y el brillo de los colores.