”Conocí a un hombre dueño de algunos libros antiguos y peculiares, ediciones alemanas en latín medieval, y mucho me alegró el que se me permitiera consultarlos. Los libros de esta amable persona estaban en la parte vieja de Londres, en un apartado rincón de ella. Había permanecido allí hasta más tarde de lo previsto y, al salir, no viendo cerca coche de punto alguno, me sentí tentado de tomar el ómnibus, que pasaba frente a esta casa