En el año 1187, el sultán Saladino destruyó al ejército del rey de Jerusalén, Guido de Lusignan, apoderándose de la ciudad santa y de todo el reino latino. Con este motivo se organizó la tercera cruzada, gracias a la coalición de tres potencias europeas: la francesa, la inglesa y la alemana. Los reyes de Francia y de Inglaterra se dirigieron a Jerusalén por mar, en tanto que el emperador de Alemania lo hacía por tierra. Federico Barbarroja, sin embargo, se ahogó accidentalmente al atravesar el río Selef, con lo cual el ejército germano se disolvió en su mayoría. Mientras tanto, el rey de Francia, Felipe Augusto, y Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra, conseguían llegar a Tierra Santa y concentrar todos sus esfuerzos alrededor de San Juan de Acre, a pesar de la enorme presión ejercida por Saladino que había reunido consigo a todas las fuerzas musulmanas vecinas. No obstante, a raíz de la rivalidad entre el rey francés y el monarca inglés, así como por el pronto regreso de Felipe Augusto a su patria, San Juan de Acre sucumbió finalmente en el año 1191. Al año siguiente se firmó una paz de compromiso que dejaba al sultán Saladino el interior de Siria y de Palestina, incluida Jerusalén, mientras que los cruzados se quedaban con toda la costa. En este marco histórico sitúa Walter Scott la trama de su novela El talismán. A través del romance amoroso entre dos jóvenes (el conde de Huntingdon y Edith Plantagenet) nos familiarizamos no solamente con los personajes principales de la tercera cruzada (Ricardo Corazón de León y Saladino, presentado con las mismas virtudes de lealtad y humanismo), sino también con la mentalidad, el espíritu y las costumbres de los cruzados cristianos y de los musulmanes.