Marcela nos dijo que el suyo nunca le enseñó a nadar, o a andar en bicicleta. “Así es la cosa, me tocó un padre ausente”, concluyó ella misma, con ese lenguaje clínico. Ni siquiera le dolía. Daba por hecho que era un hombre inútil. Tal vez así sería más fácil, pensé. Odiarlos.