Es la democracia responsable de la actual degradación del arte? Esa degradación, por supuesto, no es incuestionable; se basa en un juicio subjetivo; y aquellos de nosotros que nos estremecemos ante sus excesos —sus manchas de color sin sentido, sus collages de escombros, sus babeles de cacofonía— estamos sin duda atrapados en nuestro pasado y embotados para el valor de la experimentación. Los productores de tales tonterías no apelan al público en general —que los desdeña como lunáticos, degenerados o charlatanes—, sino a los crédulos compradores de clase media que son hipnotizados por los subastadores y se emocionan con lo nuevo, por más deforme que sea. La democracia es responsable de este colapso solo en el sentido de que no ha sido capaz de desarrollar estándares y gustos para sustituir aquellos con los que la aristocracia mantuvo una vez la imaginación y el individualismo de los artistas dentro de los límites de la comunicación inteligible, la iluminación de la vida y la armonía de las partes en una secuencia lógica y un todo coherente. Si ahora el arte parece perderse en bizarreries, no es solo porque lo hayan vulgarizado la sugestión o la dominación de las masas, sino también porque ha agotado las posibilidades de las viejas escuelas y formas y va tambaleándose en busca de nuevos patrones y estilos, nuevas reglas y disciplinas.