Además, a la persona espiritual no le irrita el sentido común, ni denuncia como inauténtica la vida de los demás, que es como la suya. Vive la normalidad, pero ya está en la excepcionalidad. Vive el día, pero en relación con la noche. Mantiene un combate intenso, discreto, no violento. Combate en que no se espera ni vencer, ni convencer. No hay adversario a batir. Combate que no desea la victoria, porque un alma victoriosa es casi una contradicción. El combate tiene la forma de camino, de construcción y de espera.