Y a la vez, el hombre roto de pena, el doliente pecador que con el pecho abierto se exponía ante él, le conmovía de un modo visceral y humano que le causaba una mezcla de repugnancia y hermandad en el horror, como si él mismo fuese un poco responsable de todos los horrores, de todas las humillaciones y vejaciones cometidas contra todas las mujeres del mundo desde el principio de la humanidad; y discernió de una manera muy básica que así era, que cada hombre de la Tierra, por el hecho de ser hombre, era culpable de todo el dolor del mundo.