De hecho, el hombre sí es un corredor nato, pero no un velocista. Los primeros homínidos no alcanzaban a sus presas gracias a su velocidad, sino a su resistencia, y por descontado a su inteligencia. La realidad es que el hombre es capaz de recorrer distancias muy largas al trote, y en eso se diferencia de la mayoría de los animales terrestres.