sangre. El día 2 de agosto, por la tierra del infierno de Treblinka corrió la sangre repugnante de los SS. Y el cielo azul, que irradiaba luz, festejó solemnemente el momento de la venganza. Entonces se repitió una historia vieja como el mundo: los seres que se consideraban a sí mismos como representantes de la raza superior, los seres que ordenaban tronando «Achtung! Mützen ab!» (¡Atención! ¡Fuera sombreros!), los seres que arrancaban de sus casas a los habitantes de Varsovia para llevarlos a la muerte, los que con unas voces de un zumbido repugnante de dominadores gritaban: «Alle r-r-r-raus!» (¡Salgan todos!), estos seres tan convencidos de su poderío cuando se trataba de la ejecución de millones de mujeres y de niños, resultaron ser unos cobardes, repugnantes, miserables que imploraban perdón servilmente apenas se trataba de una verdadera lucha a muerte. Se desconcertaron, corrían de un lado para otro como ratas, se olvidaron del sistema diabólicamente pensado de defensa de Treblinka. Pero ¿vale la pena hablar de esto y es necesario acaso extrañarse de ello?