Los SS se ensañaron con crueldad con los sublevados del gueto de Varsovia. Separaron a las mujeres y a los niños del grupo y los condujeron no a las cámaras de gas, sino a los lugares donde se quemaban los cadáveres. Obligaron a las madres enloquecidas de espanto a llevar a sus hijos a las vigas al rojo vivo, sobre las que, en medio de las llamas y del humo, se retorcían miles de cuerpos muertos, donde los cadáveres, como si revivieran, se removían y se retorcían, donde los vientres de las embarazadas muertas reventaban a causa del calor y los niños fallecidos antes de nacer ardían en el vientre abierto de sus madres. Este espectáculo era capaz de trastornar el juicio de la persona más templada, y los alemanes consideraban con toda razón que iba a impresionar cien veces más de lo que ya lo estaban a las madres; éstas intentaban tapar los ojos de sus hijos, quienes se lanzaban hacia ellas y gritaban enloquecidos: «Mamá, ¿qué va a ser de nosotros, nos van a quemar?». ¡Dante en su infierno no presenció semejante cuadro!
Los alemanes, después de distraerse con este espectáculo, quemaban a los niños.