Farouk, Yazer, Ahmed y Omar los cuatro protagonistas principales de esta aventura, cada uno desde su perspectiva, intentan hacer ver al lector que, aunque todo se rige por status, nadie es más que nadie y que, según las circunstancias que se den, siempre habrá un momento en el que necesitemos del apoyo o la ayuda de la persona en la que menos pensamos.
Confianza, honor, respeto, paciencia, valentía, ilusión, curiosidad y sabiduría son algunas de las emociones que se describen en este relato. A veces, por qué no, también algo de lo contrario. El amor y el miedo se hacen presentes en algún trazo de la historia. ¿Qué sería de una aventura sin una pizca de amor? Las parejas que se forman a lo largo del texto, en la medida de lo posible, se encargan de manifestar este sentimiento escrito en mayúsculas.
Como si se tratase de un cuento de las mil y una noches, Farouk vive su buena vida, rodeado de buena gente y generando buena vibración, pues, aunque sea el amo y señor del califato, todo aquel que deambula por el poblado siente que realmente ocupa el lugar que le corresponde, ni mejor ni peor que el del vecino, simplemente el suyo, de ahí la bienaventuranza y la alegría que acompañan a sus gentes, así sin más, respetando hasta el más pequeño de los seres que corretean por sus arenas.
El Califa deja entrever que si en la vida hay algo que llame nuestra atención, siempre y cuando la situación se ponga de cara, podemos tomar la decisión de aventurarnos a ir en su busca, porque si creemos en ello, seguro que lo creamos. Hay veces que las cosas no salen como estaba previsto, pero por eso tenemos el libre albedrío de retirarnos a tiempo y esperar a una oportunidad más propicia.
Farouk se encarga de hacernos saber que la paciencia es la verdadera madre de la ciencia.