Iba a ser el primer partido de fútbol que Stalin, que pomposamente se autodenominaba «el mejor amigo del deportista», presenciara en su vida y la idea era que viese un buen espectáculo. Así pues, los equipos habían pactado y ensayado todo tipo de goles (de cabeza, de tacón, de saque de esquina, de penalti, etcétera) para entretener al dictador.