La obra de Nietzsche ha constituido a lo largo de todo el siglo XX una inagotable fuente de inspiración filosófica, literaria y artística. La violencia de su prosa y su esteticismo revolucionario han fascinado a un complejo y heterogéneo mundo intelectual. Sin embargo, los textos de Nietzsche continúan teniendo una extraña calidad translúcida: resulta difícil fijar pautas hermenéuticas que hagan posible leer a Nietzsche como filósofo y no como profeta arrebatado. Son muchas las interpretaciones del legado nietzscheano que muestran a un autor absorto en un pasado que en realidad desconocía y atento a problemas que sólo tras su muerte llegarían a plantearse. Sin duda ha sido Heidegger uno de los que más ha exacerbado este carácter intempestivo de la obra de Nietzsche.
El presente trabajo de Maurizio Ferraris hace saltar por los aires esa mesiánica indeterminación nietzscheana al vincular su obra, a través de un riguroso aparato teórico, con la eclosión del positivismo y el neokantismo. Se muestra así un Nietzsche luminoso plenamente interesado por la biología, la física y la química, para quien el nihilismo, lejos de ser un problema, representa más bien una solución a la superstición y la ideología. De este modo, la obra nietzscheana aparece radicalmente entreverada por formulaciones clásicas de cuestiones relativas a la ontología y la epistemología: los problemas que Nietzsche nos plantea remiten, pues, al largo itinerario de la filosofía moderna y, en especial, a la reacción anti-idealista del siglo XIX. El trabajo de Ferraris reconstruye, en abierta polémica con la interpretación heideggeriana, los caminos intelectuales por los que discurre el pensamiento de Nietzsche, estableciendo los vínculos que le unen al universo científico y filosófico de su época.