Cuando alguien nos interesa, rara vez encontramos qué decirle. Si disponemos del timbre perfecto, poco importan nuestras vaguedades. Parafraseando a Roland Barthes, el “grano de la voz” se sobrepone al contenido.
En Hamlet, el rey es asesinado con un veneno en el oído. Una metáfora de las palabras: a veces intoxican por lo que dicen, a veces por el tono en que lo dicen.