Palestina

El sionismo es una empresa colonizadora y, como tal, depende íntegramente de la cuestión de las fuerzas armadas».

Una de las disposiciones clave del Mandato era el artículo 4, que otorgaba a la Agencia Judía el rango de una entidad cuasi gubernamental al considerarla un «organismo público» con amplios poderes en las esferas económica y social y la capacidad «de colaborar y participar en el desarrollo del país» en su conjunto.

Aparte de convertir a la Agencia Judía en socia del Gobierno mandatario, esta disposición le permitía adquirir estatus diplomático internacional y, por ende, representar oficialmente los intereses sionistas ante la Sociedad de Naciones y en otros foros. El movimiento sionista aprovechó en gran medida esta representación, que normalmente era un atributo exclusivo de la soberanía, para reforzar su posición internacional y actuar como un Estado paralelo. Una vez más, durante los treinta años que duró el Mandato no se otorgaría en ningún momento este tipo de poderes a la mayoría palestina, a pesar de las reiteradas demandas en ese sentido.

Siete de los veintiocho artículos del Mandato están dedicados a los privilegios y facilidades que habían de otorgarse al movimiento sionista a fin de implementar la política de su hogar nacional (el resto trata de asuntos administrativos y diplomáticos, y el artículo más extenso aborda la cuestión de las «antigüedades», que el texto define como «cualquier construcción o producto de la actividad humana anterior al año 1700 d. C.»). El movimiento sionista, en su encarnación palestina en la Agencia Judía, era explícitamente designado como representante oficial de la población judía del país, a pesar de que, hasta que se produjo la inmigración masiva de sionistas europeos comprometidos con la causa, la comunidad judía estaba integrada principalmente por judíos religiosos o mizrajíes que en su mayor parte no eran sionistas o incluso se oponían al sionismo. Por supuesto, no se designaba a ningún representante oficial de la anónima mayoría árabe.

En el tercer párrafo del preámbulo del Mandato se menciona al pueblo judío, y solo a este, como el pueblo vinculado históricamente a Palestina. A ojos de los redactores, pues, todo el entorno del país, con sus dos mil años de historia, sus aldeas, santuarios, castillos, mezquitas, iglesias y monumentos cuyos orígenes se remontaban a los tiempos de los otomanos, los mamelucos, los ayubíes, los cruzados, los abasíes, los omeyas, los bizantinos y otros periodos anteriores, no guardaba relación con ningún pueblo, o solo se relacionaba con una serie de amorfos grupos religiosos. Ciertamente, había gente allí, pero no tenían historia ni existencia colectiva y, por lo tanto, se los podía ignorar. Las raíces de lo que el sociólogo israelí Baruch Kimmerling denominara el «politicidio» del pueblo palestino aparecen plenamente manifiestas en el preámbulo del Mandato. La forma más segura de eliminar el derecho de un pueblo a su tierra es negar su conexión histórica con ella.

En 1922, la nueva Sociedad de Naciones promulgó su Mandato para Palestina, que oficializaba el gobierno británico del país. En lo que constituía un extraordinario regalo para el movimiento sionista, el Mandato no solo incorporaba palabra por palabra el texto de la Declaración Balfour, sino que además ampliaba de manera sustancial los compromisos de esta última. El documento se inicia con una referencia al artículo 22 del Pacto de la Sociedad de Naciones, que establecía que en el caso de «ciertas comunidades […] se puede reconocer provisionalmente su existencia como naciones independientes», para afirmar a continuación el compromiso internacional de respetar las disposiciones de la Declaración Balfour. La clara implicación de esta secuencia es que en Palestina solo había un pueblo cuyos derechos nacionales pudieran reconocerse: el pueblo judío.

los líderes del movimiento sionista tenían muy claro que «bajo ninguna circunstancia debían hablar como si el programa sionista requiriera la expulsión de los árabes, porque eso haría que los judíos perdieran la simpatía del mundo». Sin embargo, eso no engañaba a quienes en Palestina seguían los acontecimientos de cerca.

Herbert Samuel, un declarado sionista y exministro del gabinete que sentó las bases gubernamentales de gran parte de lo que vendría después y potenció hábilmente los objetivos sionistas al tiempo que frustraba los de los palestinos.

Al igual que el sionismo, las identidades nacionales de Palestina y de otras naciones árabes, lejos de ser eternas e inmutables, eran de naturaleza moderna y contingente, un producto de las circunstancias concretas de finales del siglo XIX y principios del XX. Negar la existencia de una identidad palestina auténtica e independiente está en consonancia con las opiniones colonialistas de Herzl sobre los supuestos beneficios del sionismo para la población autóctona, y constituye un elemento crucial en la eliminación de sus derechos nacionales y de su condición de pueblo derivada de la Declaración Balfour y sus secuelas.

La historia que revela incluso un examen superficial de la prensa, las memorias y otras fuentes documentales similares generadas por los palestinos choca de lleno con la mitología popular del conflicto, que parte de la premisa de su inexistencia o de su falta de conciencia colectiva. De hecho, con demasiada frecuencia se considera que la identidad y el nacionalismo palestinos no son más que expresiones recientes de una oposición irracional (cuando no fanática) a la autodeterminación nacional judía. Pero, al igual que el sionismo, la identidad palestina surgió como respuesta a numerosos estímulos y casi exactamente al mismo tiempo que el sionismo político moderno; la amenaza del sionismo fue tan solo uno de dichos estímulos, del mismo modo que el antisemitismo, a su vez, fue tan solo uno de los factores que alimentaron el sionismo.

Antes de 1914, el mapa mental de la mayoría de sus súbditos se hallaba condicionado por el propio hecho de haber estado viviendo tanto tiempo bajo el dominio otomano que les resultaba difícil concebir siquiera la posibilidad de regirse por otro sistema político distinto. Al entrar en el mundo de posguerra sufriendo un trauma colectivo, el pueblo de Palestina se enfrentó a una realidad radicalmente nueva: iban a ser gobernados por Gran Bretaña y su patria se había prometido a otros como un «hogar nacional».