Las grandes perturbaciones externas suelen tener potentes efectos en las sociedades, especialmente en su autopercepción. A comienzos del siglo XX el Imperio otomano se fue haciendo cada vez más frágil, con importantes pérdidas territoriales en los Balcanes, Libia y otras regiones. La guerra de Libia en 1911-1912 marcó el inicio de una larga serie de desgarradoras guerras y convulsiones que se prolongarían durante casi una década; le siguieron las guerras de los Balcanes de 1912-1913, y luego la extraordinaria conmoción de la Primera Guerra Mundial, que finalmente llevaría a la desaparición del imperio. Los cuatro años que duró este último conflicto trajeron consigo graves situaciones de escasez, miseria, hambruna, enfermedades, el requisamiento de animales de tiro y el reclutamiento forzoso de la mayoría de los hombres en edad de trabajar, que fueron enviados al frente. Se calcula que entre 1915 y 1918 la Gran Siria, que incluía Palestina y las actuales Jordania, Siria y el Líbano, sufrió medio millón de bajas solo a causa de la hambruna (que se vio exacerbada por una plaga de langostas).[43]