Si la erradicación de la población autóctona no constituye un resultado probable en Palestina, ¿qué hay de la opción de desmantelar la supremacía del colonizador para posibilitar una auténtica reconciliación? La ventaja de la que ha disfrutado Israel para mantener su proyecto reside en el hecho de que en Palestina la naturaleza básicamente colonial del enfrentamiento ha pasado inadvertida a ojos de la mayoría de los estadounidenses, así como de muchos europeos. Israel les parece un Estado-nación tan normal como cualquier otro, enfrentado a la hostilidad irracional de unos musulmanes intransigentes y a menudo antisemitas (que es como muchos ven a los palestinos, incluso a los cristianos que viven entre ellos). La difusión de esta imagen constituye uno de los mayores logros del sionismo y resulta vital para su supervivencia. Como decía Edward Said, el sionismo triunfó, en parte, porque «ganó la batalla política en torno a Palestina en el ámbito internacional en el que las ideas, la representación, la retórica y las imágenes estaban en juego».[446] Esto sigue siendo cierto en gran medida aún hoy. Desmantelar esa falacia y evidenciar la auténtica naturaleza del conflicto es un paso necesario si se pretende que los palestinos y los israelíes realicen la transición a un futuro poscolonial en el que un pueblo no utilice el apoyo externo para oprimir y suplantar al otro.