No… No pasa nada. Es una de esas conversaciones que no te apetece sacar, aunque siempre acaba saliendo a relucir y esperas que al contarlo pierda importancia. No es nada del otro mundo. Me gustaba mucho un chico y creía que yo a él también le gustaba, aunque no fue así. Era mi primer novio y lo convertí en el centro de todo: mi nueva vida, mi nuevo amor, mi nuevo punto cardinal. Supongo que es el peligro que se corre con los primeros: pierdes el sentido de la proporción. De modo que hice el ridículo, aunque en ese momento no me di cuenta. Yo estaba entregado por completo. —Ese «entregado» va marcado con una cursiva de sarcasmo y subrayado con dolor—. Y él pasaba de mí olímpicamente. Era un año mayor que yo y durante un tiempo esa fue mi excusa para no darme cuenta de que me engañaba con la mitad de su clase. Pensé que sabía cómo era, pero se demostró que no. Y él ni siquiera intentó conocerme.