Ya no querían a Angola.
Estaban hasta la coronilla de un país que debía de haber sido su tierra prometida y que no les había aportado sino decepción y humillación. Decían adiós a su casa africana con una mezcla de desesperación y rabia, de pena e impotencia, y con la sensación de abandonarla para siempre. Lo único que querían era salvar la vida y sacar sus bienes.