sentiría repugnancia de ser tocada.
Esa noche, después de que Ron Wilkins se fue, la niña se encerró en su pieza, paralizada de terror y de asco, segura de que cuando regresara su padrastro la mataría, como le había advertido que haría si ella revelaba una sola palabra de los juegos. Morir era su única salida, pero no a manos de él, no de la forma lenta y atroz que él describía a menudo, siempre con nuevos detalles.
Entretanto Radmila se echó al cuerpo el resto de la botella de vodka, cayó inconsciente y pasó las diez horas siguientes tirada en el suelo de la cocina. Cuando se repuso un poco de la resaca arremetió a bofetadas contra su hija, la seductora, la puta que había pervertido a su marido. La escena duró poco, porque en esos momentos llegó un patrulle