Pero, hija de mi alma, fue el caso que no bien cayó la muñequita sobre la mesa, se levantó ella sola como una persona viva, con la pata rota ya compuesta, las narices desconchadas ya puestas en su sitio, y la cara, antes sucia y despintada, limpia ya, fresca, colorada y reluciente como si acabara de salir de la tienda