En el complejo proceso histórico venezolano se acumulan deficiencias y logros, traumas y aspiraciones de armonía, pragmatismo y evasión mágica, retórica y realidad en un conjunto de elementos contradictorios que aparecen en el amasijo nada rectilíneo de nuestra historia nacional.
El personalismo, la militarización de la política, las ambiciones personales y de grupo han sido, según Rodríguez Iturbe, la principal fuente de los males de una patria siempre haciéndose y no hecha. Y no es que haya faltado constancia en el empeño del hacer, sino que más recurrente ha resultado siempre la involución hacia la barbarie, con la violencia guerrerista y el caudillaje como factores de freno y retroceso ante las opciones de transición hacia la civilidad.
En este sentido y frente al panorama actual, el autor plantea que la transición, para ser posible, exigirá continuidad. Y dado que Venezuela está rota y en ruinas, se tratará, entonces, de construir sobre esas ruinas. No se tratará tan solo de enviar al basurero de la historia a los responsables y sus cómplices, sino de emprender una reconstrucción no solo material, sino también cultural y espiritual, tarea que requerirá el compromiso ciudadano de varias generaciones, aunque empezará por la etapa más complicada, en la cual acecharán, como siempre lo han hecho en situaciones semejantes, los peores fantasmas de nuestra historia.