Venían al mundo, crecían en el arroyo, empezaban a trabajar a los doce años, atravesaban un periodo donde florecía la belleza y el deseo sexual, se casaban a los veinte años, alcanzaban la madurez a los treinta, y en su mayor parte, morían a los sesenta. El horizonte de su existencia estaba lleno con agotadoras labores físicas, el cuidado del hogar y de los niños, disputas mezquinas con los vecinos, el cine, el futbol, la cerveza, y por arriba de todo, el juego de azar. Tenerlos bajo control no era difícil.