1984

la cordura no es una estadística

En el pasado, la necesidad de una forma de sociedad jerarquizada había sido una doctrina específica de la clase Alta. La predicaban los reyes, los aristócratas, los clérigos, los abogados y los parásitos que vivían de ellos, que generalmente eran suavizados mediante promesas de compensación en un mundo imaginario más allá de la tumba.

A la larga, una sociedad jerarquizada sólo es posible sobre una base de miseria e ignorancia.

Pero si quedaba alguna esperanza, estaba en los proletarios.

Uno debía aferrarse a eso. En palabras, sonaba razonable: pero al ver a los seres humanos con los que uno se cruzaba en las calles, se convertía en un acto de fe.

Venían al mundo, crecían en el arroyo, empezaban a trabajar a los doce años, atravesaban un periodo donde florecía la belleza y el deseo sexual, se casaban a los veinte años, alcanzaban la madurez a los treinta, y en su mayor parte, morían a los sesenta. El horizonte de su existencia estaba lleno con agotadoras labores físicas, el cuidado del hogar y de los niños, disputas mezquinas con los vecinos, el cine, el futbol, la cerveza, y por arriba de todo, el juego de azar. Tenerlos bajo control no era difícil.

Les sirvieron la ginebra en tarros de loza sin asas.

Era un fantasma solitario que expresaba una verdad que nadie oiría jamás. Pero mientras él la expresara, de alguna tortuosa manera la continuidad no estaría rota.

Nada era de uno, excepto los pocos centímetros cúbicos dentro de su cráneo.

rebelarse contra la disciplina del Partido. Por el contrario, adoraban el Partido y todo lo relacionado con éste.

la actualidad casi todos los niños eran horribles. Lo peor de todo era que, por medio de organizaciones tales como los Espías, sistemáticamente los convertían en pequeños salvajes incontrolables y, sin embargo, esto no producía en ellos la tendencia