No hay juicio moral —o no debería haberlo— en hacer una u otra cosa: quedarse en México o irse de él, hacia el norte. Nuestras economías ya están integradas y lo estarán cada día más, pero lo que no puede dejar de enjuiciarse es no tomar una decisión respecto a los trámites de las residencias respectivas, y no hacerlo, como dice la escritora francesa Marguerite Yourcenar, “con los ojos bien abiertos”.