No hay manera de «estar preparadas» para relacionarnos de maneras distintas: si la monogamia es un sistema opresivo, en algún momento habrá que crear la resistencia, sin más. Y dolerá, sí, pero lo que nos duele no es el poliamor, ni siquiera el poliamor a lo bestia. Lo que nos duele es la monogamia, el capitalismo de los afectos y la brutalización de los vínculos afectivos que, sí, también tiene que ver con una práctica poliamorosa nacida de todo eso. El poliamor y la anarquía relacional, las no-monogamias, si acaso, propician el espacio para que el individualismo relacional se muestre en toda su dimensión y no podamos ni quejarnos porque, ¡ey, tú te has metido en esto, querida! En un contexto sin normas claras, sin grandes prohibiciones, sin límites establecidos (y con una alta penalización de todo lo que refiera a normas, prohibiciones y límites), con un concepto de libertad que solo refiere al impulso inmediato y un concepto de intensidad que refiere a la bronca, al drama de telenovela… o te autorregulas, empatizas y te piensas en red, o pobre de quien se cruce por tu camino, porque le arrancarás las entrañas. Porque el hedonismo no-monógamo se piensa exclusivamente en primera persona: una búsqueda del placer estrictamente personal e intransferible. El «yo, mí, conmigo» constitutivo de la peor post-modernidad.