Hombres puros

esa elegancia hipócrita que hacía pasar la impotencia por una elección que algunos, noblemente, llamaban dignidad.

Dedicábamos nuestros días al amor y al mar, a los paseos y a las lecturas, a la cocina y a la fotografía.

muertos también están solos. Hasta el final, necesitan que los acompañen, que formen cortej

Lo estábamos matando por segunda vez

Negarnos a aceptar la muerte de los seres a los que hemos perdido es el monumento más hermoso y duradero que podemos erigirles. Habitar su dolor, luchar, una vez más, no contra el sufrimiento –ya que nunca dejamos de sufrir por los seres queridos y perdidos–, sino para alcanzar, a través de dicho sufrimiento, el estado que solo su ausencia puede generar, el estado al cual, cuando vivían, no podíamos acceder, ya que aún no pertenecían al tiempo de las sombras: la entrega absoluta de nuestra memoria a su recuerdo

Un duelo es un laberinto; y en el corazón de ese laberinto se agazapa el Monstruo, el minotauro: el ser perdido. N

porque también están solos y son tan frágiles y tan ridículos como todos los hombres ante la fatalidad de la violencia humana

Porque, a fin de cuentas, ese asco estaba tan profundamente arraigado en mí que era posible que sus raíces y mi cordón umbilical se enmarañasen en el vientre de mi madre.

La homofobia no necesita un pretexto histórico. Ni siquiera estoy segura de que necesite un pretexto: se limita a odiar. El homófobo acaba olvidando los motivos que lo impelían a ese odio.

Están enrocados en la idea de que su país es un espacio puro, históricamente heterosexual.