». «¡Dios! ¡Justo lo contrario a como me siento!», piensa Lara mientras recorre velozmente las bellísimas calles del centro de Roma y las puntas de los tacones de sus zapatos se atascan en las fisuras de los sampietrini.
—¡¡Ahh!! ¡Demasiado caros como para dañarlos! —exclama en voz alta.
Una chica romana pasando a su lado sonríe, sabiendo que por estas calles los únicos tacones apropiados son los de bloque o cuña