No hay celoso cuyos celos no admitan ciertas derogaciones: uno consiente ser engañado con tal de que se lo digan, otro con tal de que se lo oculten, en lo que uno no es menos absurdo que el otro, pues, si bien el segundo es engañado más verdaderamente, en el sentido de que le ocultan la verdad, el primero reclama en esa verdad el alimento, la extensión, la renovación de sus sufrimientos.