En el mundo occidental, el intento moderno y posmoderno de extirpar las raíces culturales judeocristianas ha llevado a un vaciamiento de la moral y a un empobrecimiento de la razón política que supera los linderos de la indigencia. La amoralidad propia de la época ha tenido como inmensa cosecha el desconcierto.
La crisis de la fe en Dios, en tiempos de agresiva secularización, ha terminado por generar en el hombre de la modernidad y la posmodernidad una crisis de la comprensión del ser humano, el cual ha devenido casi cualquier cosa y ha sido sujeto de cualquier atributo que se le quiera asignar, con la consiguiente, conocida y peligrosa deriva totalitaria de la cual Occidente puede ofrecer tenebrosos ejemplos.
La superación de esta crisis requiere una teoría política, elaborada por creyentes, que supere la visión de radicalidad antropocéntrica que supone la primacía del pensar sobre el ser y que postula que el hombre es para el hombre el ser supremo.
En este sentido, para recuperar la dignidad de la razón política, el ser humano debe volver humildemente a Dios, a la metafísica, al realismo o, lo que es lo mismo, a la primacía del ser. De hacerlo, la nueva cultura que se elevará sobre los restos de la posmodernidad buscará la recuperación filosófica de la persona humana y afirmará un humanismo abierto a la trascendencia; un humanismo que encuentre en Dios la base de la dignidad de lo humano.