Esta es una historia confidencial. ¿Pero quiénes, se preguntarán, son mis confidentes? Mi respuesta es: la dirijo a la posteridad. No me refiero a mis biznietos ni a mis tataranietos. Me refiero a una posteridad remotísima. Y sin embargo tengo la esperanza de que ustedes, mis eventuales lectores de la centésima generación futura, o de más lejos aún en el tiempo, sientan que hablo con ustedes en forma directa, como si fuerse un contemporáneo, como a menudo Heródoto y Tucídides, muertos tiempos ha, parecen hablarme a mí.