ya que no podía cambiar la vida, el protagonista intenta cambiar la letra, por lo que se dedica a rellenar cuadernos procurando «reformar» su prosa manuscrita. Esta, como él dice, «autoterapia grafológica» no obedece, en apariencia, a un desafío literario: no pretende concretar el «libro sobre nada» que quería Flaubert, ni vindicar el método surrealista, sino indagar en la relación entre letra y personalidad. «Debo permitir que mi yo se agrande por el mágico influjo de la grafología», dice, y enseguida precisa, cómicamente, su razonamiento: «Letra grande, yo grande. Letra chica, yo chico. Letra linda, yo lindo.»