Su vida transcurría de una manera muy pública, a la vista de todos: en los hoteles en los que vivían la mayor parte del tiempo, y en los cafés, convertidos en escenarios de sus debates filosóficos, lugares de trabajo y escri-tura y también lugares de encuentros amorosos. Eso era París, y ellos se identificaban con ese París, hasta el punto de que acabaron siendo fetiches parisinos, dentro de la parafernalia turística de la Ciudad de la Luz.