—Cuando descubra a quiénes estás protegiendo —me dice—, lamentarán haber nacido.
—Así no arreglamos nada —digo, recostándome en mi asiento.
Madoc se arrodilla frente a mí y me agarra una mano entre sus ásperos dedos verdes. Seguro que nota que estoy temblando un montón. Suspira con fuerza, posiblemente para disipar una nueva ronda de amenazas.
—Entonces, dime cómo puedo ayudarte, Jude. Dímelo y lo haré.