Los cuentos de Julio Ramón Ribeyro, a pesar de su versatilidad, configuran un mundo narrativo orgánico, personalísimo, en el que se alían el contenido profundamente humano de sus temas con una depurada técnica y un estilo diáfano y conciso. Circunscritos en sus comienzos a la pequeña clase media y a los marginados del medio urbano limeño, sus relatos fueron cobrando amplitud y universalidad, para abarcar en definitiva al hombre de nuestra época, concretamente a cierto tipo de humanidad, producto de la urbe o del poblado, confrontada a situaciones límite y que, incapaz de discernir entre lo real y lo ilusorio, entre lo posible o lo imposible, se ve condenada a un combate solitario y perdido de antemano. El tono por lo general sombrío y desencantado del mundo ribeyriano es atemperado, sin embargo, por el toque de fantasía y de humor que impregna muchos de sus relatos y le da ese carácter inconfundible, ambivalente, mezcla de tragedia y comedia, como es en realidad la vida.