La biografía intenta modular el microcosmos de la singularidad del individuo elegido con el macrocosmos del proceso histórico en que ese individuo vivió. Sin ese individuo, ese proceso no podría señalar las mismas tendencias y es en ese proceso que el individuo intenta establecer algún contraste. Luis Tejada contuvo, en su existencia, las vacilaciones de una época de transición; sus vacilaciones, sus desplantes bohemios, sus desafíos retóricos hacen parte de la discusión que dotó de cierta personalidad histórica un momento de la vida pública colombiana en el que los valores y las concepciones del mundo que habían prevalecido hasta entonces comenzaban a desvanecerse o, al menos, eran relativizadas por un alud de novedades de todo tipo.
Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898–1924) aborda la vida y la obra del cronista bajo el supuesto de que estamos ante un ser singular que condensó, por lo menos, las concepciones del mundo, las ilusiones de una generación intelectual que fue portadora de algunos síntomas de la transformación en todo eso que, de modo informe, llamamos cultura. Cambios en las formas y prácticas artísticas, en la vida cotidiana, en la política partidista, en las relaciones entre grupos sociales, en las relaciones con las innovaciones tecnológicas. No olvidemos que Tejada, y otros escritores por supuesto, narraron la irrupción de novedades como el automóvil y el avión, el alumbrado eléctrico en las calles, los relojes públicos. Su vida y su obra, en consecuencia, son testimonio invaluable de las experiencias de cambio que la sociedad colombiana vivió especialmente en la década de 1920.