Los escritos sobre danza de Isadora Duncan constituyen una de las más brillantes reflexiones de una coreógrafa sobre su trabajo. Su valor se acrecienta si tenemos en cuenta que fue precisamente Duncan quien, con mayor consciencia y decisión que Loie Fuller o Ruth St. Denis, convirtió la danza libre, no basada en los códigos de ballet, en un arte. El arte de la danza, tal como fue definido y defendido por Duncan, nació al mismo tiempo que el teatro alcanzaba su autonomía respecto al drama y se convertía, en términos de Gorden Craign, en arte del teatro. Duncan desempeñó en la historia de las artes escénicas del siglo xx una misión fudnadora, similara a la de Craig.
De sus escritos sobre danza no nos han quedado ejemplos vivos, tal como a ella le habría gustado; tampoco fórmulas creativas, ni indicaciones técnicas, ni propuestas metodológicas. Su legado hay que buscarlo más bien en la vitalidad de las ideas que estos textos nos transmiten: la reivindicación de la danza como arte; el descubrimiento del cuerpo libre en conexión con el ritmo de la naturaleza; la vinculación entre la liberación corporal, la personal y la social (de la mujer / del oprimido); la interpenetración de amor y creación, y la búsqueda en la literatura, la filosofía y la ciencia de un pensamiento que sirva de base para la formulación de una nueva reflexión sobre el arte, la mujer y la sociedad directamente emanada de la experiencia del cuerpo.