Prometida a la fuerza: “Don Bernardo se puso en pie. Temblaba sacudido por la indignación.
—El día menos pensado, David, te encierro. ¿Te enteras? Eres la risión de la costa veraniega. Andas vestido como un mendigo, llamas la atención con tus juergas, te emborrachas con los pescadores, hablas una jerga que yo no comprendo, y esto se acabó. Eres el menor de mis hijos, el único que queda soltero. Hay que casarse, formar un hogar, tener hijos y trabajar.
—Mira, papá…
—No he terminado.
—Bien, pues, sigue.
—Y como ya has cumplido los veinticinco años, he decidido que sientes la cabeza.
David movió aquélla y comentó jocoso:
—La tengo muy firme sobre el tronco.”