Siempre el problema de los elefantes. Las dificultades para alimentarlos, sus caprichos. Los fardos de pasto que nunca alcanzan, sus exigencias de prima donna. Quieren salir últimos, como broche de oro del espectáculo, figurar primeros en el cartel, quieren que la joven que levantan en su tropa sea una modelo famosa y cotizada, quieren bombones, imagínense: no menos de cuarenta kilos de bombones. Quieren manteca, pero suelta y no en paquete, para frotarse las arrugas en la piel de las rodillas. Y después, ante el domador, como si nada: obedientes, graves, silenciosos. Todos se burlan de mí, nadie me cree, es agobiante, estoy harto de ser cuidador de elefantes, quiero cambiar, estoy comiendo mucho, me dejo crecer la trompa.