Entramos en el Toyota hablando sobre cómo algunos animales proyectaban la imagen de sus territorios, por ejemplo el toro, en torno al cual España había desplegado un marketing que alcanzaba desde vallas de publicidad o etiquetas de aceite a llaveros, convirtiéndose en una marca nacional. Pensar en el dodo remitía de forma automática a Isla Mauricio, y al revés. Igual que el oso panda equivalía a China o el kiwi a Nueva Zelanda, el quetzal era Guatemala, la vicuña Perú, el canguro Australia, el tilacino Tasmania o, entre las leyendas, el monstruo del lago Ness situaba de inmediato en Escocia. El yeti, en el Tíbet. El ave Roc en Socotra… La lista podía ser tan extensa como el mundo si los nativos de cada país se preocuparan por presentar a sus animales, visibles o no, con un aura lo bastante atractiva. Y resultaba que Venezuela tenía un estupendo candidato a formar parte del grupo, la danta, creyendo incluso que la veneraba, aunque si indagabas un poquito te dabas cuenta de que el tapir que a duras penas resistía por los montes no solo había sido prácticamente eliminado como representación física, no solo se le privaba de ser querido, por ejemplo, por los niños en forma de muñeco o dibujo, sino que ahora corría peligro de ser aniquilado