“Sopa de miso” narra la historia de Kenji, un joven que se dedica a organizar visitas guiadas para turistas por los garitos dedicados al comercio del sexo de Tokio. Un nuevo cliente, un hombre norteamericano, empieza a despertar la sospecha en Kenji de que pueda tratarse del asesino de una joven que ha aparecido horriblemente mutilada. ¿Qué lleva a Kenji a sospechar? En la novela no se explica y a partir de ese principio traído por los pelos se desarrolla con muy poco acierto una historia que pretende ser un psicothriller pero en la que en ningún momento se sabe desarrollar la intriga, la tensión o la incertidumbre. Unas cuantas escenas grotescas, del más puro estilo casquería, deben bastar al lector para creer que lo que lee es una novela sobrecogedora, pero ni entonces se logra tener esa sensación. El ambiente nocturno del Tokio dedicado al comercio sexual, con sus peepshows, sus saunas y sus bares en los que tomar una copa con una señorita en ropa interior, aparece brevemente caracterizado en la novela pero con un sabor, y esto sí resulta un acierto, a cosa aburrida y sobada, a industria vieja cansada ya de explotar lo mismo de maneras siempre iguales. Las mujeres y los hombres que se dedican al negocio son retratados como gentes hastiadas cuyos sentidos embotados perciben con indiferencia cuanto sucede a su alrededor. Igualmente, aunque de manera un tanto somera, Ryu Murakami retrata en esta obra a la juventud japonesa, un tanto perdida y desorientada, que busca referentes por los que guiarse en un mundo un tanto desquiciado. El propio Kenji tiene veinte años y ha abandonado sus estudios y como él los demás muchachos que se buscan la vida captando clientes para los antros dedicados a la venta de sexo. Son jóvenes desubicados, hijos de familias medias que sólo saben que no quieren llevar una vida igual a la de sus padres. El caso extremo es el de las adolescentes que se prostituyen tras las clases, no por necesidad, sino en busca de un sucedáneo de reconocimiento, a veces de afecto.