Los golpes

Nos deshinchaban nuestra bella Revolución. Ahora les pedíamos a las «clases medias» que nos dieran permiso, derecho a existir, nos volvíamos pequeñitos y amables.

Pensamos que la mala fe tiene su origen en actitudes orgullosas. Creemos en la disciplina y en la laxitud.

Pensamos en la Libertad, más allá de un período de combate. Pensamos que los hombres no necesitan tantos honores colectivos, sino dignidad individual.

¿Acaso es culpa nuestra si nos convertimos en el pedestal pasivo sobre el que se asienta la gran civilización, creyendo que nos fecunda con su pipí?

e moría de ganas de abandonarlo todo, como antes, e irme a donde fuera, ¡a tomar aire fresco!
Pero me quedaba. Quería ganar un poco de tranquila y razonable felicidad.

Habría dado, sin pensarlo, la mitad de mi paga, e incluso toda entera, por tener una mujer en mi cama revuelta todas las noches. Una mujer a la que también pudiera hablar. Y que pudiera darme el placer de desvestirla cuando quisiera, hacerla bailar en mis brazos y oírla reír, una verdadera risa de mujer, para mí.

Pero, a mí, lo único que me interesaba de todo aquello era Paulette. Me podía privar de la carne y del vino peleón. El resto me importaba una mierda.

Poco a poco, fui adaptándome al oficio. Iba haciendo encargos. Parmain me aumentó el sueldo un día que estaba contento. En definitiva, no podía quejarme.
Sin embargo, no era feliz. Estaba realmente harto de mi soledad. Me habría bastado con una putilla cualquiera para vivir bien.

Me sentó bien trabajar, volvía a estar alegre y sociable.

Necesitaba algo que me sacara del sucio agujero en el que estaba, cualquier cosa. Era una pequeña llama que se había encendido de nuevo y que me quemaba a conciencia.