Esta frase evoca una tendencia que puede aplicarse a diferentes aspectos de la experiencia humana. Cuando nos enfrentamos con lo desconocido o lo incierto (algo muy común, por otra parte) los seres humanos tendemos a entrar en un estado de duda y a tensarnos instintivamente para protegernos. Metafóricamente, cuando dudamos de nuestras capacidades mentales tendemos a constreñir nuestras mentes o a volvernos cerrados. Cuando dudamos de nosotros mismos a un nivel emocional, constreñimos nuestros sentimientos. Y en el nivel físico, cuando dudamos de poder conseguir los resultados que queremos o cuando pensamos que podemos “hacerlo mal” tendemos a tensar exageradamente los músculos.