Ya el silencio se había apoderado de cada una de las estancias de la casa, tanto que a veces me costaba ir hacia allá, donde habían sucedido tantas y tantas cosas en familia.
Ya el silencio se había apoderado de cada una de las estancias de la casa, tanto que a veces me costaba ir hacia allá, donde habían sucedido tantas y tantas cosas en familia.
Al principio ponía la televisión o la radio, para escuchar una voz allá donde estuviese en la casa, y eso me consolaba, pero luego, ¡me parecía tan absurdo, engañándome a mí mismo!, haciendo como si estuviese acompañado, cuando ya no quedaba nadie.
Alegrías, penas y tristezas, escuchadas por cada rincón de aquel hogar, en el que con tanto esmero siempre mi mujer había trabajado por mantener en orden y limpio.
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