y no crespo, las mejillas aún lampiñas, los músculos sin desarrollar y, sin embargo, de algún modo secreto pero inequívoco, empezaba a irradiar cierta especie de masculinidad, en la forma en que tiraba y cogía al vuelo la goma de borrar, por ejemplo, o en la manera de atacar el postre de las demás con la cuchara, como un bombardero en picado, en la intensidad con que fruncía el ceño o el entusiasmo con que debatía en clase con cualquiera sobre cualquier cosa; en aquella época, cuando todo era indecisión, antes de que se produjera el cambio, yo era muy popular en mi nuevo colegio